
En unas horas me despediré de mi hijo y nuera para regresar a Barcelona después de pasar varios días juntos. Horas antes de que el vuelo despegue, sobre mi desciende una tristeza pegajosa de la cual no logro desprenderme. No importa cuántas veces haya venido, la partida siempre me resulta dolorosa y daría cualquier cosa por evitármela.
Las despedidas, siendo ahora un poco trágica, son como pequeñas muertes. Me explico. Cuando nos despedimos no sabemos si volveremos a vernos, que nos sucederá hasta entonces, qué cambios nos presentará la vida, si serán buenos, malos, inesperados. Al decir adiós a las personas que queremos, lo hacemos con la esperanza de que pronto volveremos a encontrarnos pero, nada nos garantiza que será así. Yo quisiera en esos momentos estirar la cuerda del tiempo y ahorrarme esos abrazos, esos besos, esas lágrimas que por otra parte, son los gestos que tenemos para demostrar lo mucho que queremos a quien no viene con nosotros.
En mi vida ha habido muchas despedidas. Soy hija de emigrantes y yo misma también lo soy así que, a lo largo del tiempo he dicho y me han dicho adiós muchas veces, en aeropuertos, puertos, estaciones de tren y calles. Por suerte, casi siempre, las despedidas han sido un paréntesis a nuevos y felices encuentros pero, a media que envejecemos, las posibilidad de que eso sea así disminuye y una toma conciencia de ello.
He desarrollado algunas estrategias que me ayudan, aunque no he logrado liberarme de la sensación de tristeza. Por ejemplo, no hablar del tema hasta que prácticamente estamos en la puerta con las maletas preparadas, despedirse en casa en lugar de en el aeropuerto porque, en el trayecto de casa a la terminal podemos recuperarnos, poner una fecha lo más cercana posible a la próxima vez que nos veremos, contar algún chiste de última hora porque las lágrimas siempre son menos duras cuando las mezclas con risas y por último, abandonarse a la tristeza, llorar, abrazar con fuerza y resignarse a partir con la nariz y los ojos rojos.
Imagino que no a todo el mundo le sucede lo mismo, quizás mi interpretación de las despedidas proviene de algún trauma de la niñez, tal vez está en mis genes como resultado de despedidas traumáticas de mis antepasados. Me gustaría tanto no temer a la hora de partir sin embargo, me consuelo pensando que con la misma intensidad que vivo las despedidas espero los reencuentros y eso, amigas, si es algo que merece la pena experimentar.
¡Feliz viernes!