Turbulencias

Cuando escribo este artículo voy a bordo de un  avión 787 , sobrevolando Minneapolis.   Voy sentada del lado de la ventanilla y fuera solo se ve oscuridad, ni una estrella, ni siquiera la luz que suele verse sobre las alas de la aeronave. 

La señal de abrocharse el cinturón lleva encendida varios minutos. 

Durante el despegue el piloto ha avisado que,  a unas tres horas de vuelo encontraríamos turbulencias.  No se ha equivocado. 

El personal ha apagado las luces y ahora solo se ve el reflejo de las pantallas de televisión,  portátiles y teléfonos móviles.    Se supone que, poco a poco, cada pasajero empezará  a dormir.   Nos quedan casi 8 horas de vuelo.  

Yo escribo porque lo de la turbulencia iba en serio.   El avión se zarandea como si una mano invisible lo estuviera sacudiendo y pretendiera hacer con nosotros un batido.     Durante algunos segundos el movimiento cesa y hay una especie de tregua en la que yo aprovecho para respirar pero, inmediatamente, las sacudidas empiezan de nuevo y,  lo único que siento son ganas de ponerme a gritar. 

Es extraño lo que siento.   En realidad es una mezcla poco saludable de terror y expectativa.   ¿Será posible que esto aguante sin venirse abajo? Me pregunto.  Me viene a la mente la cantidad de personas que he visto en la zona de embarque, con exceso de peso la mayoría, con sus varias piezas de equipaje.  ¿Cómo se sostiene esta mole en el aire?  

Observo disimuladamente al resto de los pasajeros y nadie parece alterado.  La mayoría mira sus pantallas con cara de interés o fastidio,  algunos duermen,  otros leen sin que su expresión acuse nerviosismo alguno. 

Aprovecho para plantearme que es lo que me asusta de esta situación.   Me asusta pensar en morir cayendo sin control al vacío, me asusta no volver a ver a las personas que amo,  me asustaría no despedirme de mi hijo pues habría perdido a sus dos padres sin haber tenido la oportunidad de decirles adiós, me entristecería dejar cosas a medias aunque creo que,  muramos cuando muramos, siempre dejaremos cosas a medias.   

Mi última reflexión se centra en la escritura.   Mientras el aparato sube y baja sin control yo estoy centrada en las teclas,  en plasmar lo que siento, en salvar estas líneas para compartirlas después.    Se me ocurre que este momento puede ser una metáfora.   Aunque la vida nos zarandee de una lado a otro, de arriba abajo,  hay que centrarse en lo que es realmente importante y seguir tecleando con la esperanza de que antes o después la turbulencia pasará y encontraremos la calma. 

¡Feliz lunes!  

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