Animalitos de Gimnasio

No soy una fanática del gimnasio pero, me gusta pensar que sí. Me reconforta imaginarme ganando salud en la cinta de correr o mientras hago largos en la piscina pero, la verdad es que solo voy esporádicamente.

Cuando finalmente me decido a ir, me lo tomo en serio. Aunque, voy a rachas. Me da por hacer un esfuerzo cinco días seguidos y después, siempre, pasa algo que hace que ese ritmo comprometido que me había marcado, y del que tan orgullosa me sentía, se rompa y ¡hala!, varios meses sin volver a pisarlo.

Mientras combino caminar y correr en la cinta, me gusta observar al resto de los abnegados usuarios. Les miro disimuladamente y, después de muchos años de transitar por estas instalaciones, esporádicamente pero sin abandonar del todo, he hecho una clasificación de usuarios que comparto contigo.

El cachas: suele llevar ropa muy ajustada y de un material que se pega al cuerpo como una segunda piel. Se siente orgulloso de su sudor y, si no suda, se moja copiosamente con una botellita para obtener un resultado parecido. Le encantan las máquinas de tortura (seguro que se llaman de otra manera) y las pesas. Cuando hace ejercicio suele resoplar y hacer muecas que demuestran el gran esfuerzo que lleva a cabo. Disimuladamente se va mirando en los espejos y se hincha como una paloma cuando pasa un miembro del sexo contrario.

El campechano: va al gimnasio a pasar el rato y se encuentra con otros campechanos igual que él. Le encanta colocarse en los aparatos con la toalla alrededor del cuello y hablar de football, de política o de cualquier tema que le mantenga alejado del ejercicio. Suele ostentar una barriguita cervecera y casi puedo verle con una birra en la mano mientras se seca el sudor de la frente y dice algo como ¡Qué bien sienta el ejercicio!

La posturitas: todo en ella hace juego: las mallas, la cinta del pelo, las bambas, la botella de agua, la funda del móvil, la toalla. Suele llevar una coleta en lo alto de la cabeza que, tenga la edad que tenga, le da un toque entre deportista y juvenil. Camina muy derecha y sacando el culo como muestra de que tiene los glúteos bien puestos. Se mira constantemente en los espejos, cambia de aparato con frecuencia, conoce a los monitores por su nombre, sabe los chismes relacionados con el personal del gimnasio y está a la última en dietas, series de Netflix y restaurantes de moda. Se pasea por las instalaciones como si fuese accionista de las mismas (que tal vez lo sea).

La Mary: suele ser una señora entradita en años y carnes cuyo cardiólogo le ha dicho que tiene muy alto el colesterol y tiene que hacer ejercicio. Suele ir en pareja o en trío con otras marys y se pasan la mayor parte del tiempo hablando y riéndose de todo y de nada. El ejercicio no le sirve de mucho, básicamente porque entre que se desviste, charla, se ducha, se viste, se pone crema y se seca el pelo ya se le han ido un par de horas y tiene que salir corriendo porque la esperan sus hijos, nietos, perro o marido. Ejercicio real poco pero, le hace bien encontrarse con otras señoras parecidas y comprobar que no es la única que pierde atractivo y gana kilos.

Los freakies: aquí me incluyo. Ni nos combinan las mallas, ni nos miramos en el espejo, ni invertimos tiempo charlando, ni sacamos el culo o sudamos en exceso. Simplemente estamos allí caminando, nadando, pedaleando, levantando pesas o haciendo lo que hayamos ido a hacer y pensando que deberíamos hacerlo más a menudo porque, aunque solo sea para observar al resto, merece la pena pasar por el gimnasio.

¡Feliz miércoles!

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