
¿Cuándo dejamos de llorar y empezamos a celebrar la memoria de quien ya no está? ¿En qué momento el dolor profundo da paso a la resignación y al agradecimiento de haber compartido parte de la vida con esa persona? Estas son preguntas que me hago en un día como hoy cuando se cumplen dos años del fallecimiento de mi querido Patricio.
Una vez, preguntándonos porqué había tanta gente a la que no le gustaba la Navidad, recuerdo que él comentó que quizás era porque se les había muerto alguien amado en aquellas fechas y, siendo la Navidad tan visible, recordar resultaba doloroso. ¡Qué terrible tiene que ser! comenté porque, en aquella época estaba convencida de que algo así era imposible de superar.
El paso del tiempo desdibuja las aristas cortantes que deja a su paso una muerte inesperada. El cerebro en su gran sabiduría aprende a recordar con nitidez los momentos felices, las virtudes de quién ya no está, sus peculiaridades y hasta algunas de sus frases preferidas. Poco a poco van desapareciendo de la memoria las imágenes relacionadas con la terrible noticia, las horas interminables en el hospital, el último adiós, los primeros días de absoluto y desquiciante dolor y soledad. No es mérito de quien se queda, estoy segura de que la naturaleza en su inmensa inteligencia programó nuestro cerebro para recordar con claridad lo bueno y dejar ir, aunque sea poco a poco, aquello que nos destroza.
Dos años. Cuesta creerlo. La vida continúa. Nada que ver con lo que fuimos. Incertidumbre absoluta respecto a lo que vendrá. Pero, aquí estoy, plasmando en el pantalla lo que ahora siento, compartiendo con el mundo mis reflexiones y sentimientos. Hay esperanza, una luz, siempre una luz al final del túnel.
No te olvido. Te recuerdo con todo el amor que mereces. Sé que volveré a verte.
Miércoles, Diciembre 3, 2019