
Esta reclusión obligada nos ha puesto contra las cuerdas de nuestra propia capacidad o incapacidad para hacer frente a un día en blanco que, podemos llenar de actividades o desperdiciar hasta el aburrimiento.
Originalmente sentí hallarme ante un espacio abierto, infinito, insondable y desconocido. No se puede salir por ningún motivo, fuera nos espera un virus mortal listo para instalarse en nuestras gargantas y como mínimo hacernos pasar un mal rato. Lo peor que podría pasarnos: pillar el virus y morirnos. Aunque, morirnos, lo que se dice morirnos, es algo que nos va a tocar a todos.
Las redes están plagadas de información contradictoria. Los que dicen que esto es una pandemia sin precedentes, mortal y de lenta disolución y los que aseguran que esto no es más que un montaje, orquestado por los grandes capitales, dirigido a distraernos y acojonarnos de forma tal que seamos más dóciles y obedientes. Para muestra, la cantidad de personas con mascarilla y guantes que circulan por la calle como si esos trocitos de tela y goma les fueran a proteger de lo que antes o después les pasará. Se morirán.
De cualquier forma, no me apetece quedarme estos días rumiando sobre la falta de capacidad del gobierno y las instituciones para hacer frente a esta situación y prefiero actuar en coherencia con mi situación actual y con los medios que tengo a mano. Finalmente he podido poner al día la bandeja de entrada del e-mail, leer libros que tenia atrasados, mantener conversaciones (por teléfono) que estaban pendientes, cocinar con conciencia, mirar videos que llevaban meses en la lista de espera y así una infinidad de cosas que, cuando llega la noche, me hacen sentir que no he desperdiciado horas simplemente porque no he sido yo quien ha elegido tenerlas libres.
Este espacio de tiempo también puede servirnos para tomar conciencia de quien somos, a dónde vamos, que esperamos de la vida, que hacemos aquí, cuál es nuestro propósito. Esta parada forzosa nos invita a escucharnos, a compartir, a dormir cuando tenemos ganas, a recuperar el ritmo natural de nuestros cuerpos en lugar de a actuar a golpe de despertador, obligaciones, compromisos y neuras varias.
Queda la duda de cuánto tiempo podrá un país sostener este inmenso despropósito. Aparentemente el mayor problema está en la sobrecarga de los hospitales y demás lugares donde se atiende a los pacientes. Faltan respiradores, material y equipos. Visto desde afuera parece relativamente fácil. Empiecen a eliminar las escoltas, los coches de lujo, los iPads, iPhones y otros artilugios de diputados, congresistas y demás fauna, comidas en restaurantes de lujo, viajes arriba y abajo para nada, dinero destinado a pensiones que solo cotizan unos pocos años y así la lista interminable de abusos que se cometen contra los ciudadanos. Dediquen el dinero que ahorrarían a comprar todo lo que hace falta en este momento. Liberen a la ciudadanía que tendrá que vérselas negras para llegar a fin de mes, echen una mano a los autónomos que no podemos estar más desprotegidos, premien a quienes están en este momento al pie del cañón y por una maldita vez actúen como seres humanos en lugar de como aves de rapiña.
Y entonces, me desperté de la siesta…
¡Feliz sábado!