
Hace unos días ingresaron a mi padre en un conocido hospital de Barcelona. No tenía el coronavirus pero, las instrucciones que nos dieron fueron muy estrictas: no se le puede visitar. Dado que mi padre tiene 90 años y mi madre, que es quien lo adora y cuida, tiene 85, una pensaría que, en momentos tan difíciles para los dos, lo mínimo que deberían permitirles es estar juntos.
El médico de urgencias que vino a casa, consciente o inconscientemente, nos dijo que estaría bien atendido porque ya prácticamente no quedaba nadie con el virus, había mucho espacio en las plantas y el personal estaba bastante más relajado que hace unas semanas. Esa descripción que al principio nos dejó medianamente tranquilos, pronto se convirtió en preocupación y desespero. Después de varias llamadas, incluida la de un médico con amplia experiencia, permitieron que mi hermano y yo entráramos a verle y que días después mi mamá también lo hiciera.
Ahora le han trasladado a otro hospital para una rehabilitación. La historia se ha vuelto a repetir pero, en este caso, todavía resulta más rocambolesca. Solo puede visitarle una persona, que por cierto, tiene que ser siempre la misma y solo puede hacerlo los miércoles y los viernes. Como si mi padre, en el estado en que se encuentra, pudiera entender de días y horarios.
Mi padre, como muchos otros enfermos de edad avanzada, a ratos es consciente de lo que sucede y a ratos no. Por las noches quiere levantarse y marcharse y entonces la solución, que hasta cierto punto comprendo, es atarle las muñecas a la cama y sedarlo para que no dé la paliza. Mi padre tenía miedo de ser ingresado porque huye de los hospitales como de la peste y tiene la creencia, no del todo equivocada, que si le hospitalizan solo saldrá de allí con los pies por delante. Ha vivido más 65 años con mi madre y ella es su referente, su ayuda, el amor de su vida, su luz y la persona que le hace sentir digno, amado y cuidado. Mi padre, repito, no entiende de horarios ni de días de visitas, es como un niño al que han castigado y ahora le han recluido en un ambiente estéril y desconocido que seguramente le ha llevado a plantearse más de un día si merece la pena seguir viviendo así.
Mientras tanto los demás no somos ajenos a estas medidas estúpidas, poco pensadas, menos justificadas y tomadas desde un despacho por algún burócrata idiotizado que no entiende la diferencia entre un tipo de enfermo y otro, entre curar y medicar, entre la compasión y el cumplimiento inflexible de normas absurdas.
Mi madre no ha dejado de sufrir desde que se llevaron a mi padre. Se pasa las noches despierta maquinando como saltarse los controles del hospital, como sobornar a las enfermeras, como acercarse a mi padre para hacerle saber que no le hemos abandonado a su suerte, que le queremos y que deseamos verle pronto en casa.
No me quejo del trato que recibe mi padre en el hospital; médicos y enfermeras son atentos, profesionales y hasta cariñosos. Ellos solo cumplen órdenes que vienen de arriba y tal parece que quienes deciden están a tal altura que se les ha acabado el oxígeno y no son capaces de pensar con criterio y sentido común.
Sentada en el jardín del hospital, ya que yo no puedo entrar, escucho que una chica con mascarilla y un cigarrillo que no la abandona en las dos horas que estoy allí, le pregunta a uno de los camilleros de la ambulancia si van muy estrésalos. ¡Que va! contesta el chico, ya hace semanas que el trabajo ha bajado mucho porque no tenemos «coronas» y porque como casi no hay tráfico, tampoco tenemos accidentados.
Mientras tanto mi padre, mas solo que la una, languidece en una habitación esterilizada, rodeado de personal con la cara tapada que a él debe parecerle de otro planeta y con planes de liquidarlo sigilosamente mientras duerme.
A veces siento que vivimos en el mundo del revés.
¡Feliz lunes!…o no.
Totalmente de acuerdo… Parece que hemos perdido el uso de razón y de sentido común y de empatía …. Nuestra humanidad diluida, por no decir secuestrada y aniquilada… Ojalá despertemos! Gracias por compartirlo.
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Hola Marie, muchas gracias por tu comentario. Confiemos en que al final impere el sentido común. Saludos.
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