
Miro mi última entrada y veo que es del día 1 de julio. Me sorprende la rapidez con la que pasa el tiempo y me siento culpable por no escribir más a menudo. Analizando con calma el porqué de mi desidia literaria, concluyo que, sin pretender echar balones fuera, la rocambolesca situación actual, a ratos, me sobrepasa.
Hace un par de días, por ejemplo, apareció un escrito de Anthony Fauci, el supuesto experto americano en enfermedades infecciosas, que después de meses de hablar de esta plandemia como si se acercara el fin del mundo, ahora dice que la vacunación no será obligatoria (por fin, un poco de sentido común). Por otro lado, la OMS (Organización Mundial de la Salud) se está desgañitando intentado revertir sus primeras recomendaciones y diciendo ahora que la mascarilla no solo no es necesaria sino que resulta perjudicial y, el confinamiento puede tener consecuencias nefastas. Ya estamos viendo ambas cosas y, seguramente, algún día, cuando tengamos cifras de suicidios y muertes por cualquier otra cosa que no sea COVID, nos quedaremos horrorizados.
En paralelo, en Colombia y en otros países sudamericanos ya han aprobado, o están por aprobar, los tratamientos con MMS/CDS, un grupo de españoles ha inventado un arco para las puertas que rocía a las personas con el producto (al módico precio de €15.000), algo que la prensa ha alabado como si hubiesen inventado la rueda y, cada vez son más las personas, médicos incluidos, que se están tratando con el tan demonizado producto que al final, resultará ser el medicamento del siglo XXI.
Al margen del agobio de los encierros, las medidas draconianas, el constante machaque en televisión y transporte público del uso de la mascarilla, etc. esta situación ha polarizado de forma ridícula a una sociedad acostumbrada a que le digan lo que tiene que hacer (mismo sistema que utilizó Hitler para convencer a los alemanes de que aniquilar judíos era una buena idea), y a que aparezcan aquellos que se sienten con derecho a increpar a los que nos negamos a ser controlados sin una justificación razonada, documentada y lógica.
Por ejemplo, pensemos un poco, aunque solo sea un poco, observemos a una veintena de personas que están sentadas en una terraza charlando alegremente y sin bozal que les nuble el pensamiento. Mientras tanto, a menos de un metro de distancia a los viandantes les acecha la policía para multarles por no cumplir tan sabia norma. Para algunos, este virus es tan inteligente que sabe respetar a los que están sentados, o haciendo deporte, o fumando, o hablando por el móvil y sin embargo está dispuesto a fulminar al pobre camarero que, con temperaturas de 30º es el único que debería ir con la cara despejada…
Otro ejemplo de sabiduría extrema es el de no permitir que se ocupe el carril de la piscina con más de una persona a la vez. ¡Venga! si en algún sitio hay desinfectante, esa sustancia a la cual van a quedar adictas de por vida un gran número de personas, es en el agua de la piscina. En el gimnasio al que voy, puedes estar sin mascarilla en el spa pero has de ponértela en el vestuario y para circular por los pasillos. Puedes quitártela mientras corres en la cinta o pedaleas en la bici estática pero…en el momento que te apeas del artilugio, has de colocarte el infame bozal.
Por último, voy a dejarlo ya porque este tema me daría para escribir un libro, están las dependientas, cajeras, camareros, recepcionistas y el resto de las personas para las cuales habitualmente el cliente les resulta transparente que, ante la posibilidad de ejercer un nuevo poder que esta situación les ha otorgado, apenas has puesto un pie en sus instalaciones ya te increpan en un tono agresivo y con reminiscencias de los oficiales de las SS, «¡Señora! utilice el gel!» . Apuesto que esa es la misma gente que va a mear y sale directamente del lavabo sin lavarse las manos.
Ver para creer, la idiotez humana no tiene límites.
¡Feliz jueves!