
Este libro autobiográfico narra la historia de Ingrid Honkala, una bióloga marina que, después de morir ahogada, temporalmente, en un tanque de agua cuando tenía dos años, conecta con otros seres y dimensiones de distintas realidades y adquiere un conocimiento y significado de esta vida que comparte con aquellos que tenemos curiosidad por saber que sucede cuando abandonamos este cuerpo.
Ingrid es una niña diferente desde el inicio de su vida. La experiencia de salir del cuerpo y experimentar otra realidad la lleva a sentirse a ratos feliz y a ratos totalmente inadaptada. A partir de su regreso a esta vida adquiere la habilidad de comunicarse con lo que ella llama los «seres de luz» que la guían, la protegen y hacen que su falta de adaptación a este mundo le resulte mas llevadera.
No me sorprende en lo absoluto que esta científica decida compartir su vida con el lector porque, francamente, a lo largo de la misma experimenta un sinfín de situaciones que dan para escribir más de un volumen. No os amplío los detalles porque sería estropear el ritmo de una lectura que merece la pena.
Personalmente el libro me ha resultado interesante porque me ha dejado con la agradable sensación de que la existencia no termina en este plano, de que no estamos solos aunque a veces nos lo parezca y de que si prestamos atención, la realidad se modifica, los detalles se amplían, las casualidades dejan de ser casualidades y la vida se experimenta desde una perspectiva diferente.
La combinación de la vida cotidiana con una que no lo es en absoluto resulta fascinante. La familiaridad con que esta mujer mantiene una comunicación a veces fluida y a veces intermitente con estas entidades que, según ella explica, están disponibles para todos, me despierta una curiosidad que tuvo su origen a raíz del fallecimiento de mi marido hace casi tres años. Algo hay en la desaparición repentina de las personas que amamos que nos lleva a cuestionar si todo lo que existe es lo que vemos o si por el contrario, lo que vemos es una parte ínfima de lo que realmente existe.
A estas alturas de mi vida creo más que dudo. La experiencia me ha enseñado que cuestionarse las cosas es saludable pero el escepticismo, el cinismo y el descartar – como Santo Tomás – aquello que no podemos ver y tocar, nos limita a este plano cuando intuitivamente sentimos que somos mucho más.
Esta no es una lectura para todos los públicos. Te la recomiendo si eres de las personas que sienten que aquí estamos de paso, aprendiendo y creciendo para ir hacia un lugar mejor, inexplicable, difícil de imaginar pero, definitivamente, mejor.
¡Feliz miércoles!