
Si os gusta la gastronomía, seguramente conoceréis a los Hermanos Roca. Galardonados con tres estrellas Michelin, considerados entre los mejores chefs del mundo y con un restaurante al que, si quieres acceder, has de reservar con un año de antelación (al menos antes de la pandemia, asumo que ahora será todavía peor) su historia me resulta fascinante. .
Había escuchado hablar los Roca como una unidad, sabía que eran tres y que cada uno se dedicaba a un área diferente del restaurante pero, de forma individual, no tenía idea de quién era quién cada uno de ellos.
Navegando por Netflix, harta de ver series violentas, reportajes desmoralizares y películas sonsas, por sugerencia de mi hijo, descubrí la serie Chef’s Table e inmediatamente me sumergí en el mundo de la alta gastronomía donde arte, creatividad y alimentos se mezclan de forma virtuosa.
Cada uno de los capítulos de esta producción rinde homenaje a un chef (o a una chef) extraordinario que, además de mostrarnos sus creaciones mas emblemáticas, nos cuentan cómo y porqué aterrizaron entre cacerolas y fogones. En cuarenta y cinco minutos descubrimos la naturaleza de la pasión que les mueve hasta convertirles en verdaderos magos.
La historia de Jordi Roca es apasionante. Jordi es el pequeño de la familia, tardó un tiempo en descubrir que la repostería era su vocación y nunca se imaginó que un día contribuiría de manera significativa a que esas tres estrellas Michelin sigan brillando en el cielo de Gerona.
Me resulta casi imposible describir las creaciones de este genio de los pasteles; en sus elaboraciones hay ternura, magia, pasión, dolor, alegría y algo entrañable, familiar y extraño a la vez. Jordi tiene dificultad para hablar, después de un resfriado se quedó afónico y no ha vuelto a recuperar ni la voz ni la facilidad para modular el sonido que sale de su garganta. Según él, tener que permanecer callado le ha servido para aprender, para observar, para dar la vuelta a sus creaciones y buscar en el reverso de las cosas la genialidad que los demás no vemos hasta que él nos las presenta de forma magistral.
Comenta que le gusta ser gamberro, hay algo en su estética que es diferente al look cuidado y formal de sus hermanos. Ese flequillo que cae sobre su gran y ahora famosa nariz, esa mirada traviesa, esa risita socarrona y esa fuerza que emanan de él parece estar reñida con la delicadeza y la perfección de sus creaciones sin embargo, cual alquimista, es capaz de transformar y transformarse para lograr una perfección, según los críticos, nunca vista.
Después de ver este reportaje siento que, si existe la reencarnación, en mi próxima vida pediré venir como pastelera y, si puedo aterrizar en el Celler de Can Roca, mejor que mejor.
¡Feliz viernes!