
Esta es una película profunda que nos presenta una visión del mundo de los gays, con sus amores, desamores, sentimientos y emociones. Me pareció interesante el contraste entre las dos generaciones que comparten la pantalla. El seductor maduro (aunque no muy maduro y sí muy guapo) y el jovencito atrevido del que quiere y no quiere enamorarse. El primero tiene una visión de la vida más parecida a la que la mayoría conocemos y el segundo, digno representante de su generación, piensa que la vida está para vivirla y que hacer el amor con un hombre o con una mujer es indiferente porque, al final, es la persona la que le resulta atractiva. Una opinión que parece comparten muchos jóvenes hoy y que, pensándolo bien, tiene su punto de lógica. Si nos quitamos de encima traumas, creencias y esa letanía de pecados que los de mi generación nos tragamos, una acaba por preguntarse ¿y porqué no?.
La película es dura porque, aunque hay escenas muy bellas también nos muestra el dolor, la enfermedad, la tristeza y el remordimiento de los errores que cometemos cuando creemos que la vida es infinita.
No es una película para todos los públicos. Es lenta, es triste, hay bastantes escenas subidas de tono y el tema, intuyo, no es del agrado de algunos. A mí me ha gustado confirmar que gays, lesbianas, eteros o marcianos, al final, a la hora de sentir, todos somos iguales.
¡Feliz viernes!